11 de noviembre de 2006

LOLA


Una luz estelar
bañó el segundo exacto
en que comenzaste a existir
Un clamor humano
sonó en el segundo exacto
en que comenzaste a existir
Un presagio azul
te trajo a mi vientre
donde flotas mientras tu cuerpo crece
Una felicidad extraña
me tiene atónita
desde que celebro cada respiración
porque sé que ese aire
es también tuyo

transformaciones


luz blanca de mañana
sol ahogado, predecible
que hiere los párpados
de la gente de ciudad
corriendo hacia el subte
con el último trago de café

aún en la boca
y la mañana por delante
mañana de luz
blanca
luz blanca de mañana
que acabó con la negra
dulzura de la noche
los amantes nocturnos
los poetas de la oscuridad
las bailarinas de la sombra
se convierten con la luz
blanca de mañana
en gente de ciudad
caminando hacia el subte
con el último trago de café
aún en la boca

9 de noviembre de 2006

¿parirás con dolor?: hacia un parto natural y sin violencia



Eva
del varón fuiste tomada
hueso de sus huesos
carne de su carne

¿cómo pudiste pecar?
¿cómo osaste codiciar?
los frutos del árbol
del bien y del mal?

Eva
maldita serás
de tu marido será tu deseo
y has de llamarle amo y señor

Eva
parirás con dolor


Pedro Guerra
Hijas de Eva





Hace casi tres años nació mi única hija. Sólo bastante tiempo después de haberla parido comprendí la magnitud de lo que ambas habíamos vivido y, al mismo tiempo, descubrí, no sin cierto espanto, cómo había sido maltratada y sometida a la voluntad ajena en lo que debieran haber sido elecciones concientes en un tránsito para realizar acompañada y, de ser necesario, sostenida pero nunca arrastrada o a empujones.
Fue indudablemente esa experiencia vivida como mujer, como madre y como parturienta, y no mi condición de médica la que me llevó a interrogarme porqué en pleno siglo XXI, en el auge del conocimiento científico del cuerpo humano y sus procesos vitales, con amplia disponibilidad de medios tecnológicos para proteger la vida humana y con el desarrollo innegable de disciplinas como la antropología o la psicología que permiten una comprensión más holística del sujeto, es posible que se admita y se propicie la violencia en el parto.
Por supuesto que el ejercicio de la violencia dentro de las prácticas de salud no se limita al parto, “no hay institución social, salvo el ejército que destruya más la dignidad, que el hospital”
[1], pero en él se hace más patente como cuestión de género, en tanto es un hecho vital exclusivo y privilegio absoluto de la mujer.
¿Qué es lo natural en el parto?
La respuesta es muy sencilla: todo. El cuerpo femenino está biológicamente equipado y preparado para llevar adelante el trabajo de parto, la dilatación del cuello uterino y la expulsión del feto y de la placenta.
Así ha sido desde siempre aunque ahora pareciera que sin la intervención de la medicina no es posible y en nombre de lograr este objetivo es que médicos, parteras y enfermeras pueden pronunciar frases tan sórdidas como “Si querés que tu hijo se muera es problema tuyo”, “No sabés respirar”, “No sabés pujar”, “Hacé caca, dale, hacé caca”, “No grites, no grites que te vas a quedar sin fuerza” , aún habiéndose comprobado que la secreción de la hormona que lleva adelante el parto, la oxitocina, se inhibe ante la angustia y el stress. Por otra parte, en la gran mayoría de casos ésta se administra innecesariamente a través del “goteo”, respondiendo más a las necesidades de los profesionales o de las instituciones de acelerar los tiempos biológicos que a un motivo médico o de confort de la mujer, ya que las contracciones que induce son mucho más dolorosas que las espontáneas.
No hay una única posición para parir y cada mujer debería intentar encontrar la que más le convenga pero la realidad es bien distinta: a la mujer se la acuesta en una camilla y se le levantan las piernas: está en la posición que permite que toda una multitud de profesionales puede ver lo que pasa, opinar e intervenir, mientras ella se resigna a su rol pasivo y secundario.
A pesar de no existir ningún motivo razonable, en muchas instituciones se prohíbe aún el acompañamiento de la mujer por la o las personas que ella desee. Esto se ve propiciado por el ambiente físico en que se producen los partos institucionalizados: las salas de parto constituyen el feudo de los profesionales y no el nicho de la parturienta. En este sentido, el parto domiciliario asistido médicamente constituiría una alternativa válida aunque de difícil implementación y limitada a sectores sociales pudientes.
Con respecto a las cesáreas, en nuestro país el número es inusitadamente alto, con porcentajes de alrededor del 25% en el sector público y superior al 50% en el sector privado, cifras que exceden ampliamente el 10-15% estimado como esperable por la OMS.
¿Las mujeres argentinas somos diferentes en nuestra capacidad de parir que las de otros países?
No, sencillamente la cesárea es publicitada por parte de los médicos como la mejor manera de tener un hijo, en base a datos falsos, ya que no constituye una intervención sin riesgos, la mortalidad materna es sensiblemente más alta que con los nacimientos por vía vaginal y el puerperio inmediato es mucho más doloroso y dificultoso, sin mencionar la imposibilidad de vivir el nacimiento en forma conciente. Cabe acotar, en este tópico particular, que un motivo de peso es el económico: una cesárea se paga mucho más que un parto.
En Argentina esta realidad no es desconocida, existe incluso, una ley al respecto: la Ley 25.929 de derechos de padres e hijos durante el proceso de nacimiento, vigente desde el 21 de noviembre de 2004 en todo el territorio nacional que reconoce la índole natural del parto y nacimiento e incluye el tratamiento de los puntos mencionados anteriormente de respeto a las decisiones y deseos de la parturienta y de derecho a la compañía y a la no intervención innecesaria, entre otros. Esta ley no se respeta y en muchas instituciones ni siquiera se tiene conocimiento de su existencia.
¿Por qué existe esta incongruencia entre la legislación y su efectivización real? Porque el problema no lo constituye la letra escrita, sino las prácticas arraigadas en una concepción de cuidado de la salud que parte de la falta de salud: el modelo médico hegemónico que prioriza los procesos mórbidos antes que los vitales, que insta al consumo desmedido de prácticas médicas, que mercantiliza el quehacer médico, que considera al hombre en tanto objeto de su saber y nunca sujeto en sí mismo y que imprime en el profesional un aura de omnipotencia e intangibilidad, basado en la verdad inapelable de su conocimiento.
La ley es muy valiosa, aunque insuficiente y su cristalización en la realidad requerirá de políticas destinadas a intervenir sobre esta concepción del modelo médico por un lado, y por otro, de los movimientos que han tenido lugar a partir de las experiencias de las propias mujeres, movimientos que ya existen y que tienden a crear conciencia acerca de la necesidad de desnaturalizar la medicalización innecesaria del parto, rechazar cualquier forma de violencia hacia la mujer, el niño o la familia y hacer del parto lo que siempre había sido: el inicio de una vida en un “…acto íntimo, único, diferente, vivido desde la más profunda animalidad”
[2] .
[1] Gouldner, Alvin. La crisis de la sociología occidental. Buenos Aires. Ed. Amorrortu, 1979.
[2] Gutman Laura. La maternidad y el encuentro con la propia sombra. Buenos Aires. Del nuevo extremo, 2003.

8 de noviembre de 2006

atardecer en costanera

esto va para eleo



Eleonora tenía veintitrés años cuando murió de cáncer. De melanoma, sustantivo que lleva por innecesario adjetivo el de maligno.
Su muerte fue impresionante. Yo tenía entonces veinticinco años, acababa de recibirme de médica y los contactos con la muerte habían sido breves y distantes. Mientras cursaba materias hospitalarias una vez por semana solía suceder que me iba del hospital sabiendo que un paciente estaba muy grave y a la semana siguiente, cuando regresaba su cama estaba vacía u ocupada por otro paciente.
La muerte hasta aquí era una cama vacía. No tenía que vérmelas con la muerte concreta sino con el símbolo de la muerte.
Además Eleonora no era un paciente. Era mi amiga.
En febrero de ese año me había preguntado qué pasaba cuando a uno le salía un ganglio, en el caso de ella en la axila. Yo corrí a buscar entre las fichas que había confeccionado con lo que creía era prácticamente toda la medicina, la que correspondía a adenopatías y le recité un listado de causas probables.
Podría decirse que fue una de las primeras consultas que alguien me hizo sobre su salud. También podría decirse que yo no pude pensar realmente qué era lo que estaba pasando, simplemente le di una información que hoy podría encontrar en dos minutos en internet y en aquel momento un poco menos rápidamente en cualquier libro de clínica. Me sentí satisfecha, tenía mis fichas, tenía cierto aura de estudiosa y responsable, repetí mecánicamente lo que el libro decía. No pensé en Eleonora sino en mí. Creo, que esencialmente tenía mucho miedo de ser médica.
El tema quedó en el olvido. Eleonora, a quién veía de vez en cuando se fue tornando transparente paulatinamente, casi sin que se notara, por los kilos que iba perdiendo y el color progresivamente más pálido de su piel ya originariamente muy blanca.
Unos meses más tarde, mientras hacía la habitual búsqueda y clasificación de expedientes de solicitud de medicamentos oncológicos en la obra social en la que trabajaba, aparece ante mis ojos uno que, con la letra redonda de la chica de mesa de entrada decía: Afiliado: Pisano Gobbi, Eleonora y más abajo: Diagnóstico: Melanoma maligno.
En ese momento se me hizo un nudo en la garganta, sentí un miedo muy molesto a que fuera cierto lo que estaba leyendo, sabiendo que lo era, sabiendo ahora que lo que no había visto había pasado delante de mis ojos: el ganglio, la piel blanca, la flacura y una actitud de feroz mansedumbre en la que hasta entonces no había reparado.
En ese momento también supe de su muerte. Era una certeza ineludible. Ese expediente, con el diagnóstico escrito con la letra redonda de la chica de la mesa de entradas significó para mi la muerte de Eleonora.
El resto fue lo predecible: las metástasis en el intestino, la obstrucción, la cirugía, las metástasis cerebrales, las convulsiones, el coma y la muerte.
Eleonora se negó, después de algunos ciclos de seguir el tratamiento con interferón porque le producía un cuadro de gripe muy intenso que la obligaba a hacer reposo y no quería perderse un solo minuto mas de su vida.
Estaba mas viva que nunca, dejó a su novio sin mayores explicaciones, aprovechó la flacura para ponerse ropa que nunca se había puesto, siguió estudiando ecología, visitó su larga lista de amigos periódicamente, y tuvo una fugaz reconciliación con su padre que le pagaba una psicoterapia para enfermos terminales que también abandonó.
Ella y la vida que desbordaba fueron su único tratamiento, su cuerpo se apagaba y su espíritu resplandecía. La última vez que la vi, quince días antes de morir, estaba planeando cómo iba a dar los finales en marzo y con un criterio muy ecológico me dijo que no se iba a ir de vacaciones porque tenía tan poca energía que tenía que guardarla para las cosas mas importantes.
Estaba pasando las fiestas con mi familia cuando me enteré que estaba en coma, volví a La Plata para su muerte.
Cómo suele hacerse en estos casos fui al velorio, pero esa no era Eleo. Era su cadáver y no me sirvió de nada ver su cuerpo totalmente apagado. Esa no era Eleo.
Unos dos meses mas tarde escribí un poema en un papelito y con unas flores naranjas lo llevé a su tumba y lo enterré. El poema lo había escrito para mi abuela China que también había muerto de cáncer unos meses antes pero con el derecho de autor que me correspondía lo dediqué también a Eleo. Éste era el poema:

Hay mujeres que van
por la vida
dejando su marca
moviendo montañas
desatando nudos
prendiendo fueguitos
Hay mujeres que van
por la vida
desarmando la tristeza
desbordando la alegría
quemando corazones
prendiendo fueguitos
Hay mujeres que van
por la vida
luchando la vida
y un día se mueren
luchando la muerte
Hay mujeres que van
por la muerte
vacías de cáncer
llenas de vida
y un día se mueren
Pero en realidad
nunca mueren
Hay mujeres
que no mueren

Bastante tiempo después escribí otro, esta vez si para Eleonora:

Eleo,
sé que andás por ahí
saltando charquitos
fabricando barcos de papel
y poniéndolos en el agua sin pisarla
despacito, para no quebrar el espejo
donde existe una vez mas, tu cara
redonda, tu pelo naranja
sé que andás por ahí
y no dejo de mirar un solo charco
sabiendo que al fin, no voy a encontrarte
no sólo yo la recuerdo:

Inauguración

Acabo de inaugurar, mediante este sencillo acto, el de conseguir un blog, (realmente es sencillo), mi blog...¿Qué querrá decir blog?, peor aún...¿Qué querré decir yo?, bueno, ya está hecho. Adelante!