21 de julio de 2010

La medicina y las zapatillas

Mi trabajo consiste, como muchos sabrán y otros supondrán, en ir de casa en casa, dentro de un radio razonable, a realizar visitas médicas a domicilio. Ésto, dicho así, en principio parece ser bastante sencillo. Y lo es. Pero sólo en principio, ya que la cosa comienza a complicarse cuando a la cuestión médica tenemos que sumarle que lo hago para una de las prepagas más caras del país (sino la más), razón por la cual el servicio de médico a domicilio pasa a ser uno de los tantos servicios por los cuales el afiliado paga onerosas sumas de dinero, con el agravante de que nunca, absolutamente nunca, (excepto García Belsunce, que ya había superado irreversiblemente esta etapa) el paciente se está muriendo ni mucho menos y puede por lo tanto según la prepaga y sus particulares concepciones de lo que es la calidad de atención preocuparse de aspectos un tanto menos relevantes que la capacidad diagnóstica y terapéutica, tales como si el médico calza zapatos o zapatillas, demora menos de las dos horas estipuladas por la prepaga en llegar o, como yo, llega casi siempre a las dos horas o unos cuántos minutos después de cumplido ese plazo. Tal vez quien lea ésto se pregunte: ¿Y cuál es el problema de esta mujer? Qué se ponga zapatos y que se apure.
Y aquí estoy reflexionando sobre estos puntos cruciales. El tema zapatos pude ir superándolo, un poco accediendo a ponerme botas en invierno y crocs en verano (nadie puede decir que sean zapatillas), y otro poco gracias a que las zapatillas fashion parecen realmente zapatos, y así pude ir tirando y zafando de un requerimiento cuya racionalidad no alcanzo a comprender: ¿El calzar zapatos lo hace a uno mejor médico que el calzar zapatillas? Yo creo que no y hasta me animo a afirmar lo contrario: si al médico no le duelen los pies, posiblemente puede estar más concentrado en su tarea. ¿O no?
Mi verdadero problema está en el horario, y aquí tengo que asumir mi impuntualidad histórica: recuerdo no haber llegado NUNCA a horario a un teórico en la facultad, he corrido en la explanada de Retiro o en auto en alguna ruta neuquina para poder alcanzar mi colectivo, hasta he perdido un vuelo y tengo mi reloj pulsera quince minutos adelantados inútilmente. Es decir que no creo poder solucionar este problema. Tampoco creo, y ésto es parte del problema, que me haga mucho peor médica.
A ésto se le suma mi escaso gusto por el apuro para atender y el stress que ésto conlleva. Una visita promedio me lleva cuarenta y cinco minutos. Y no puedo bajarle mucho más. No hay caso. A veces, casi por milagro viene todo muy bien, estoy en los veinte minutos y salvo que el paciente esté muy apurado porque se tiene que ir (lo cual estando enfermo es bastante difícil), ocurre casi invariablemente que el sujeto entra en confianza y aprovecha a preguntarme todas esas dudas que nunca pudo escupirle a su médico en el consultorio porque lo despacha cuál paquete en la terminal. Y ahí ya sé que no bajo de los cincuenta minutos. Y ni hablar de cuando termino hablando de temas tan alejados de la medicina como la relación del incesto con el capitalismo o la inexistencia de una sordina para el saxo o lo difícil que resulta adoptar en nuestro país o lo hijo de puta que es Macri o lo buena que está la novela de Feinmann que el paciente tiene arriba de la mesa o las cuatro cirugías estéticas que se hizo la paciente aprovechando el plan de la prepaga que para eso pagó durante un año, mientras la miro y veo que está exactamente igual que antes de las cirugías a no ser por los dos mil dólares menos que tiene ya que aprovechó la anestesia para hacerse los "saleros" que tuvo que pagar de su bolsillo, además de las "sillas de montar" que le cubría la prepaga, las vacaciones de invierno desperdiciadas y un posoperatorio lleno de moretones...
Ésto es lo que realmente me gusta de mi trabajo: hablar, comunicarme, conocer historias, opiniones, puntos de vista, y tener un pasaporte para la charla que es la relación entre alguien que se siente mal y alguien que tal vez puede ayudarlo a sentirse mejor. Ésto me apasiona y es lo que da sustento, consistencia y sentido a mi trabajo. Al menos para mi. Sé que para muchos otros médicos es una pérdida de tiempo, por no decir una auténtica boludez y torpeza de mi parte, pero no lo puedo evitar. Es lo único que me permite seguir haciéndolo.
Hoy fue un día un poquito fuera de lo común, tuve que pedir tres interconsultas. Ésto significa que fueron casos que no podía resolver sola: un chico con stress laboral intenso y ataques de pánico, una chica con vértigo después de un traumatismo de cráneo que nadie le estudió pese a haber ido a una guardia y otro chico con una lipotimia (cuasi desmayo) totalmente recuperado cuando lo fui a ver sino fuera porque tenía una arritmia... Salieron con fritas la interconsulta con el psiquiatra, el neurólogo y el cardiólogo y a pesar de que tengo toda la sensación de que muy probablemente ninguno de los tres se haya encontrado con una catástrofe y muy probablemente me hayan puteado por dentro (y a veces por fuera también), y hayan pensado que soy una obsesiva y exagerada tengo la tranquilidad de haber hecho lo que considero lo mejor para estas personas.
Al carajo con el sistema de salud que cosifica al paciente y aliena al profesional!!!
Al carajo con los zapatos!!!!