8 de noviembre de 2006

atardecer en costanera

esto va para eleo



Eleonora tenía veintitrés años cuando murió de cáncer. De melanoma, sustantivo que lleva por innecesario adjetivo el de maligno.
Su muerte fue impresionante. Yo tenía entonces veinticinco años, acababa de recibirme de médica y los contactos con la muerte habían sido breves y distantes. Mientras cursaba materias hospitalarias una vez por semana solía suceder que me iba del hospital sabiendo que un paciente estaba muy grave y a la semana siguiente, cuando regresaba su cama estaba vacía u ocupada por otro paciente.
La muerte hasta aquí era una cama vacía. No tenía que vérmelas con la muerte concreta sino con el símbolo de la muerte.
Además Eleonora no era un paciente. Era mi amiga.
En febrero de ese año me había preguntado qué pasaba cuando a uno le salía un ganglio, en el caso de ella en la axila. Yo corrí a buscar entre las fichas que había confeccionado con lo que creía era prácticamente toda la medicina, la que correspondía a adenopatías y le recité un listado de causas probables.
Podría decirse que fue una de las primeras consultas que alguien me hizo sobre su salud. También podría decirse que yo no pude pensar realmente qué era lo que estaba pasando, simplemente le di una información que hoy podría encontrar en dos minutos en internet y en aquel momento un poco menos rápidamente en cualquier libro de clínica. Me sentí satisfecha, tenía mis fichas, tenía cierto aura de estudiosa y responsable, repetí mecánicamente lo que el libro decía. No pensé en Eleonora sino en mí. Creo, que esencialmente tenía mucho miedo de ser médica.
El tema quedó en el olvido. Eleonora, a quién veía de vez en cuando se fue tornando transparente paulatinamente, casi sin que se notara, por los kilos que iba perdiendo y el color progresivamente más pálido de su piel ya originariamente muy blanca.
Unos meses más tarde, mientras hacía la habitual búsqueda y clasificación de expedientes de solicitud de medicamentos oncológicos en la obra social en la que trabajaba, aparece ante mis ojos uno que, con la letra redonda de la chica de mesa de entrada decía: Afiliado: Pisano Gobbi, Eleonora y más abajo: Diagnóstico: Melanoma maligno.
En ese momento se me hizo un nudo en la garganta, sentí un miedo muy molesto a que fuera cierto lo que estaba leyendo, sabiendo que lo era, sabiendo ahora que lo que no había visto había pasado delante de mis ojos: el ganglio, la piel blanca, la flacura y una actitud de feroz mansedumbre en la que hasta entonces no había reparado.
En ese momento también supe de su muerte. Era una certeza ineludible. Ese expediente, con el diagnóstico escrito con la letra redonda de la chica de la mesa de entradas significó para mi la muerte de Eleonora.
El resto fue lo predecible: las metástasis en el intestino, la obstrucción, la cirugía, las metástasis cerebrales, las convulsiones, el coma y la muerte.
Eleonora se negó, después de algunos ciclos de seguir el tratamiento con interferón porque le producía un cuadro de gripe muy intenso que la obligaba a hacer reposo y no quería perderse un solo minuto mas de su vida.
Estaba mas viva que nunca, dejó a su novio sin mayores explicaciones, aprovechó la flacura para ponerse ropa que nunca se había puesto, siguió estudiando ecología, visitó su larga lista de amigos periódicamente, y tuvo una fugaz reconciliación con su padre que le pagaba una psicoterapia para enfermos terminales que también abandonó.
Ella y la vida que desbordaba fueron su único tratamiento, su cuerpo se apagaba y su espíritu resplandecía. La última vez que la vi, quince días antes de morir, estaba planeando cómo iba a dar los finales en marzo y con un criterio muy ecológico me dijo que no se iba a ir de vacaciones porque tenía tan poca energía que tenía que guardarla para las cosas mas importantes.
Estaba pasando las fiestas con mi familia cuando me enteré que estaba en coma, volví a La Plata para su muerte.
Cómo suele hacerse en estos casos fui al velorio, pero esa no era Eleo. Era su cadáver y no me sirvió de nada ver su cuerpo totalmente apagado. Esa no era Eleo.
Unos dos meses mas tarde escribí un poema en un papelito y con unas flores naranjas lo llevé a su tumba y lo enterré. El poema lo había escrito para mi abuela China que también había muerto de cáncer unos meses antes pero con el derecho de autor que me correspondía lo dediqué también a Eleo. Éste era el poema:

Hay mujeres que van
por la vida
dejando su marca
moviendo montañas
desatando nudos
prendiendo fueguitos
Hay mujeres que van
por la vida
desarmando la tristeza
desbordando la alegría
quemando corazones
prendiendo fueguitos
Hay mujeres que van
por la vida
luchando la vida
y un día se mueren
luchando la muerte
Hay mujeres que van
por la muerte
vacías de cáncer
llenas de vida
y un día se mueren
Pero en realidad
nunca mueren
Hay mujeres
que no mueren

Bastante tiempo después escribí otro, esta vez si para Eleonora:

Eleo,
sé que andás por ahí
saltando charquitos
fabricando barcos de papel
y poniéndolos en el agua sin pisarla
despacito, para no quebrar el espejo
donde existe una vez mas, tu cara
redonda, tu pelo naranja
sé que andás por ahí
y no dejo de mirar un solo charco
sabiendo que al fin, no voy a encontrarte
no sólo yo la recuerdo:

Inauguración

Acabo de inaugurar, mediante este sencillo acto, el de conseguir un blog, (realmente es sencillo), mi blog...¿Qué querrá decir blog?, peor aún...¿Qué querré decir yo?, bueno, ya está hecho. Adelante!