9 de noviembre de 2006

¿parirás con dolor?: hacia un parto natural y sin violencia



Eva
del varón fuiste tomada
hueso de sus huesos
carne de su carne

¿cómo pudiste pecar?
¿cómo osaste codiciar?
los frutos del árbol
del bien y del mal?

Eva
maldita serás
de tu marido será tu deseo
y has de llamarle amo y señor

Eva
parirás con dolor


Pedro Guerra
Hijas de Eva





Hace casi tres años nació mi única hija. Sólo bastante tiempo después de haberla parido comprendí la magnitud de lo que ambas habíamos vivido y, al mismo tiempo, descubrí, no sin cierto espanto, cómo había sido maltratada y sometida a la voluntad ajena en lo que debieran haber sido elecciones concientes en un tránsito para realizar acompañada y, de ser necesario, sostenida pero nunca arrastrada o a empujones.
Fue indudablemente esa experiencia vivida como mujer, como madre y como parturienta, y no mi condición de médica la que me llevó a interrogarme porqué en pleno siglo XXI, en el auge del conocimiento científico del cuerpo humano y sus procesos vitales, con amplia disponibilidad de medios tecnológicos para proteger la vida humana y con el desarrollo innegable de disciplinas como la antropología o la psicología que permiten una comprensión más holística del sujeto, es posible que se admita y se propicie la violencia en el parto.
Por supuesto que el ejercicio de la violencia dentro de las prácticas de salud no se limita al parto, “no hay institución social, salvo el ejército que destruya más la dignidad, que el hospital”
[1], pero en él se hace más patente como cuestión de género, en tanto es un hecho vital exclusivo y privilegio absoluto de la mujer.
¿Qué es lo natural en el parto?
La respuesta es muy sencilla: todo. El cuerpo femenino está biológicamente equipado y preparado para llevar adelante el trabajo de parto, la dilatación del cuello uterino y la expulsión del feto y de la placenta.
Así ha sido desde siempre aunque ahora pareciera que sin la intervención de la medicina no es posible y en nombre de lograr este objetivo es que médicos, parteras y enfermeras pueden pronunciar frases tan sórdidas como “Si querés que tu hijo se muera es problema tuyo”, “No sabés respirar”, “No sabés pujar”, “Hacé caca, dale, hacé caca”, “No grites, no grites que te vas a quedar sin fuerza” , aún habiéndose comprobado que la secreción de la hormona que lleva adelante el parto, la oxitocina, se inhibe ante la angustia y el stress. Por otra parte, en la gran mayoría de casos ésta se administra innecesariamente a través del “goteo”, respondiendo más a las necesidades de los profesionales o de las instituciones de acelerar los tiempos biológicos que a un motivo médico o de confort de la mujer, ya que las contracciones que induce son mucho más dolorosas que las espontáneas.
No hay una única posición para parir y cada mujer debería intentar encontrar la que más le convenga pero la realidad es bien distinta: a la mujer se la acuesta en una camilla y se le levantan las piernas: está en la posición que permite que toda una multitud de profesionales puede ver lo que pasa, opinar e intervenir, mientras ella se resigna a su rol pasivo y secundario.
A pesar de no existir ningún motivo razonable, en muchas instituciones se prohíbe aún el acompañamiento de la mujer por la o las personas que ella desee. Esto se ve propiciado por el ambiente físico en que se producen los partos institucionalizados: las salas de parto constituyen el feudo de los profesionales y no el nicho de la parturienta. En este sentido, el parto domiciliario asistido médicamente constituiría una alternativa válida aunque de difícil implementación y limitada a sectores sociales pudientes.
Con respecto a las cesáreas, en nuestro país el número es inusitadamente alto, con porcentajes de alrededor del 25% en el sector público y superior al 50% en el sector privado, cifras que exceden ampliamente el 10-15% estimado como esperable por la OMS.
¿Las mujeres argentinas somos diferentes en nuestra capacidad de parir que las de otros países?
No, sencillamente la cesárea es publicitada por parte de los médicos como la mejor manera de tener un hijo, en base a datos falsos, ya que no constituye una intervención sin riesgos, la mortalidad materna es sensiblemente más alta que con los nacimientos por vía vaginal y el puerperio inmediato es mucho más doloroso y dificultoso, sin mencionar la imposibilidad de vivir el nacimiento en forma conciente. Cabe acotar, en este tópico particular, que un motivo de peso es el económico: una cesárea se paga mucho más que un parto.
En Argentina esta realidad no es desconocida, existe incluso, una ley al respecto: la Ley 25.929 de derechos de padres e hijos durante el proceso de nacimiento, vigente desde el 21 de noviembre de 2004 en todo el territorio nacional que reconoce la índole natural del parto y nacimiento e incluye el tratamiento de los puntos mencionados anteriormente de respeto a las decisiones y deseos de la parturienta y de derecho a la compañía y a la no intervención innecesaria, entre otros. Esta ley no se respeta y en muchas instituciones ni siquiera se tiene conocimiento de su existencia.
¿Por qué existe esta incongruencia entre la legislación y su efectivización real? Porque el problema no lo constituye la letra escrita, sino las prácticas arraigadas en una concepción de cuidado de la salud que parte de la falta de salud: el modelo médico hegemónico que prioriza los procesos mórbidos antes que los vitales, que insta al consumo desmedido de prácticas médicas, que mercantiliza el quehacer médico, que considera al hombre en tanto objeto de su saber y nunca sujeto en sí mismo y que imprime en el profesional un aura de omnipotencia e intangibilidad, basado en la verdad inapelable de su conocimiento.
La ley es muy valiosa, aunque insuficiente y su cristalización en la realidad requerirá de políticas destinadas a intervenir sobre esta concepción del modelo médico por un lado, y por otro, de los movimientos que han tenido lugar a partir de las experiencias de las propias mujeres, movimientos que ya existen y que tienden a crear conciencia acerca de la necesidad de desnaturalizar la medicalización innecesaria del parto, rechazar cualquier forma de violencia hacia la mujer, el niño o la familia y hacer del parto lo que siempre había sido: el inicio de una vida en un “…acto íntimo, único, diferente, vivido desde la más profunda animalidad”
[2] .
[1] Gouldner, Alvin. La crisis de la sociología occidental. Buenos Aires. Ed. Amorrortu, 1979.
[2] Gutman Laura. La maternidad y el encuentro con la propia sombra. Buenos Aires. Del nuevo extremo, 2003.