22 de julio de 2010

MUNDO MAGICO

Estoy en pleno ataque de modernidad, gracias a la portátil: incómodamente sentada en una mesita del pelotero más grande de Villa Crespo, mientras Loli derrocha energía en el super inflable corriendo y saltando, escribo rodeada de, básicamente mucho RUIDO, conformado por la música, (en esta ocasión como ofrecen el combo pelotero más show del sapo Pepe me toca Adriana y todo su repertorio), el agotador sonido de los video juegos con sus melodías incordiosas y todo el despliegue de pums, crashs, tocs y bzzzs que se les ocurran, los golpeteos incesantes de una especie de hockey de mesa o algo así que tiene bastante aceptación entre los padres y los parloteos esforzados de mamás y abuelas que intentan mantener un conversación en medio de todo esta contaminación auditiva, además de muchos, muchos niños y unos cuantos adultos que intentan distenderse con un dejo de culpa porque al fin y al cabo son las vacaciones de invierno y son para los chicos, no para los grandes. "El mar, el mar, el marelmarelmar" me dice Adriana desde los parlantes y por la calle Corrientes corren colectivos, autos y hasta un camión. ¿Qué tal si me pongo los auriculares? Aaaaahhhh...ahora sí...Sabina me canta las Viuditas de Cliqcuot y el universo parece empezar a acomodarse lentamente ante la desaparición del ruido y me aíslo de todo, sólo música, sólo Sabina en mi cabeza, es que cuándo escucho música con auriculares siento que suena dentro de mi cerebro directamente.
La tecnología nos permite establecer nuevas formas de comunicación, nuevas formas de utilizar nuestro tiempo, nuevas formas de disfrute. No voy a negar que me parece maravilloso poder estar hoy, aquí, escribiendo y en minutos más publicarlo, mientras escucho música, podría estar leyendo un libro o estudiando medicina, podría estar ordenando mis fotos, podría estar hablando con alguna de mis hermanas que están a más de mil kilómetros de aquí. A los que tenemos más de treinta nos maravilla todo ésto porque crecimos teniendo que caminar como mínimo varias cuadras para poder hablar con un amigo, sacando fotografías sólo en ocasiones ya que revelar un rollo era costoso y había que esperar a que se terminara y mandarlo a revelar significaba esperar unos días más y para colmo, si habían salido mal no había vuelta atrás, el teléfono era un objeto de lujo por lo que había que recurrir a los públicos con la ficha o la moneda, que jamás funcionaban.
Tampoco voy a negar que hay algo en ésto de tanta conexión y tanta desconexión al mismo tiempo me produce ruido, un ruido tal vez más molesto que el que me rodea en Mundo Mágico.
Y es que sin embargo teníamos amigos. Hablábamos con nuestros amigos. Teníamos alguna foto de todos (o casi todos) los momentos cruciales de nuestras vidas. No sé cómo hacíamos, pero se podía. Existía la comunicación. No estábamos tan conectados, pero nos comunicábamos. El mundo era mucho menos mágico, pero también mucho menos ruidoso.

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